Una mujer de Zamora se ha dedicado durante años a inundar su edificio de excrementos y a tirarlos por el balcón. Acaba de ser condenada a pasar tres años alejada de su vivienda
La peor vecina de España lleva 13 años convirtiendo su edificio en un estercolero de aspecto y olor insoportables. Se llama María José, vive en Zamora y le fascinan los excrementos. Los suyos, concretamente. Los acumula en su casa en barreños y garrafas y los utiliza como munición en una guerra repugnante contra su comunidad de vecinos. Al menos una vez por semana, María José abre el ventanal de su octavo piso y rocía de heces y orín todo cuanto alcanza, que suele ser los balcones y persianas más cercanos y la terraza del bar de abajo. Algunas veces ha hecho diana con basura y restos de comida (un día un pollo con pisto; otro, restos de cocido) sobre los clientes que estaban comiendo al fresco.
El interior del edificio tampoco se salva. Cuando baja por la escalera, María José estampa en las paredes botes enteros de tomate frito, nocilla o lo que tenga ese día a mano. Hubo unos años en los que se dedicó a tirar cubos de basura enteros por los respiraderos de su vivienda hasta que logró colapsar el edificio. Esa acción la combinaba con el vertido de orines por los cajetines de luz de su piso. Un día envolvió uno de sus excrementos en una sábana y trató de prenderle fuego en el descansillo. Para alivio de los vecinos, no lo consiguió.
El interior del edificio tampoco se salva. Cuando baja por la escalera, María José estampa en las paredes botes enteros de tomate frito, nocilla o lo que tenga ese día a mano. Hubo unos años en los que se dedicó a tirar cubos de basura enteros por los respiraderos de su vivienda hasta que logró colapsar el edificio. Esa acción la combinaba con el vertido de orines por los cajetines de luz de su piso. Un día envolvió uno de sus excrementos en una sábana y trató de prenderle fuego en el descansillo. Para alivio de los vecinos, no lo consiguió.
Los propietarios ya no saben qué hacer con ella. Encararse solo conlleva problemas («al día siguiente te lo hace pagar el doble», dicen) y marcharse lejos no es una opción, pues todo Zamora conoce el caso y nadie se plantea ni en broma comprar ni alquilar un piso ahí.
Eduardo es su vecino de rellano. Fuma nervioso un cigarro mientras narra cómo es vivir pared con pared con la peor vecina imaginable. Él fue su primera víctima allá en el año 2006. «Un día llego a mi casa y me encuentro un plato de macarrones estampado en la puerta. Pregunto a los vecinos si ha sido algún crío, pero nada. Al día siguiente, más tomate. Y digo, ‘esto ya…’. Al otro día, más. Así que me quedo pendiente y a los cinco días la pillo abriendo su puerta y tirándome aceite. Se encierra de golpe, le toco y no abre. Hasta entonces nunca había pasado nada. Ese año se fue su hijo de casa y no ha parado de hacernos la vida imposible hasta hoy. Cuando no es mierda en el balcón es música y martillazos en la pared de madrugada. Es insoportable».
Eduardo habla entre indignado y avergonzado por lo que le ha tocado vivir. No quiere que le conozcan por sufrir estos padecimientos, aunque poco remedio tiene ya. El número 40 de la calle Puerta Nueva es célebre en todo Zamora desde hace años. Pocos son los incautos que se sientan en las mesas del bar bajo el portal. Un simple vistazo al edificio permite adivinar dónde vive María José. A ambos flancos de sus ventanales, la fachada y los barrotes de hierro de los vecinos están carcomidos de excrementos en una especie de cascada, como si fuera eso un palomar en el que defecan cientos de aves cada día.
Máxima condena
Son días felices para el 40 de Puerta Nueva. El juzgado de primera instancia de Zamora ha condenado a María José al pago de 7.916,73 euros por los daños ocasionados y, esto es lo que celebran los vecinos, le ha privado del uso de su vivienda por tres años, el máximo legal. Ha sido necesario contratar a un detective privado para demostrar quién es el autor de todos los destrozos, pues en un primer juicio celebrado en 2015 la condenada se zafó gracias a que no había ninguna fotografía suya con las manos en la masa. Todos esperan con impaciencia a que los agentes de policía acudan al domicilio próximamente, saquen a María José y precinten la puerta hasta el año 2022
María José acaba de ser condenada al pago de 7.916,73 euros y a la privación del uso de su vivienda por tres años
«Cuando cogí este caso estudié la jurisprudencia y fui incapaz de encontrar nada igual en todo el país. Es un caso muy peculiar. Es una mujer a la que los peritos psicólogos le detectaron un trastorno de delirio obsesivo, pero ha sido imposible conseguir que la internen en un psiquiátrico o la saquen de su vivienda. Sabe hilar muy fino con los delitos que comete y comportarse cuando le conviene», suspira Ignacio Esbec, abogado de la comunidad de vecinos desde el año 2013. «Lo que han padecido estos vecinos es inenarrable. Me sorprende que en todos estos años nadie le haya dado un tortazo, menos mal porque eso es justo lo que ella va buscando».
Hasta que no la desahucien, María José continúa atrincherada en su piso. Solo sale por las tardes a visitar a su madre anciana, con la que, dicen los vecinos, se comporta con total normalidad. Este diario trató de hablar con la protagonista sin éxito. «Nunca abre la puerta a nadie, ni siquiera a la policía, y a la que le sacas el tema se pone a insultarte y amenazarte. Es una mujer corpulenta y con muy mala leche, si te ve un poco débil se te echa encima», avisa Tamara Pérez, la sufrida propietaria del bar Puerta Nueva. Fue una de sus numerosas denuncias la que permitió a los peritos judiciales diagnosticarle a María José un trastorno delirante obsesivo. La obligaron a medicarse y visitar semanalmente los Servicios Sociales. Al poco, la mujer dejó de ir, no abría la puerta a los asistentes sociales y ahí terminó todo.
Ajena a su condena civil, pues ni siquiera se personó al juicio y tiene reventada la puerta de su buzón para justificar que no puede recoger notificaciones, María José sigue haciendo de las suyas. Este miércoles, el propietario del piso de abajo, que lleva años deshabitado por los olores, filtraciones y ruidos, se encontró la cerradura sellada con silicona, otro de los divertimentos favoritos de la protagonista.
Hubo un tiempo en que lanzaba bragas y compresas, que se quedaban colgando del árbol. Nunca sabes con qué te va a salir
«Le da por rachas, hasta que se cansa y hace otra cosa. Hubo un tiempo en que lanzaba bragas y compresas, que se quedaban colgando del árbol. Luego de repente tira fruta, cáscaras y papeles. Nunca sabes con qué te va a salir», relata Tamara. «Yo llevo aquí seis años y el primero me dejó en paz. Pero de golpe empezó a tirar orín y excrementos. Muchos días, cuando llego a las 8 de la mañana, tengo que llamar a los servicios de limpieza para que quiten la mierda y los charcos de pis».
Un edificio marcado
¿Cómo aguanta una familia diez años viviendo entre filtraciones de orín en la pared y tormentas fecales en su persiana? Sencillamente, porque no tiene alternativa. Eduardo, el vecino contiguo a María José, lo resume fácil: «Claro que he pensado mil veces en irme, pero ¿qué hago con el piso? Este edificio está marcado, todo Zamora sabe lo que pasa. No voy a venderlo en mi puñetera vida y tampoco alquilarlo«. Lo mismo le ocurre a Tamara con su bar: «Me falta el valor para irme. A pesar de todo tengo mi clientela y este es el sustento de mis dos hijos. Cerrar y marcharme a otro local sería un riesgo, al menos por ahora».
Otro dato que juega en contra de cualquier incauto comprador son los enormes gastos de comunidad que se precisan para adecentar el edificio una vez termine la pesadilla. Ya se llevan gastados más de 25.000 euros en repintar paredes, reparar filtraciones y reponer cristales rotos, y se calculan otros 20.000 euros más para sanear y repintar la fachada y los balcones. Y eso no es lo peor: hay otro gasto oculto, pues nadie sabe lo que hay en las entrañas del edificio, para limpiar y cambiar las tuberías y respiraderos, atiborrados durante años de basura y excrementos, y reparar los desperfectos no visibles. A Eduardo, por ejemplo, le siguen saltando los plomos de vez en cuando a pesar de que hace ya unos años que María José dejó de tirar orines por el cajetín, y es frecuente que, con la llegada del calor, aparezcan hormigas y cucarachas en los pasillos.
Desde el año 2016, la policía municipal ha hecho atestado en once ocasiones. «Sobre las 10.15 horas del 02/10/2016 se recibe llamada informando que la vecina de Puerta Nueva había tirado excrementos humanos a la vía pública. Intervienen agentes que comprueban que efectivamente hay gran cantidad de heces en la puerta del portal. Llaman al piso, pero no les abre la puerta nadie» … «A las 19.22 horas del 05/09/2017 se recibió llamada informando que la vecina de calle Puerta Nueva ha tirado heces por las zonas comunes del inmueble. Los agentes comprueban que efectivamente hay heces esparcidas por la escalera» … «Ha arrojado excrementos a la vía pública y en el ascensor del edificio» … «Ha tirado los excrementos a la vía publica afectando también a la fachada y al balcón de una vecina». Los informes de la empresa Zamora Limpia, que acude rutinariamente al lugar para limpiar los vertidos fecales de la acera, también son innumerables y se expresan en los mismos términos.
«Esto demuestra lo difícil que es actuar contra un vecino que hace la vida imposible a los demás», protesta el presidente de la comunidad
Marino Martín, presidente de la comunidad de vecinos, se siente aliviado tras haber ganado por fin esta batalla. Pero nadie le quita el miedo: «Ahora nos preocupa lo que nos puede hacer como castigo por esta condena. Le puede dar por coger gasolina y prenderle fuego al edificio, o tirar un microondas por el balcón. Es un sinvivir». Cada semana, Martín tiene que gestionar una nueva salvajada. Porque lo de los escupitajos diarios en el espejo del ascensor ya es una rutina. «Esto demuestra lo difícil que es actuar contra un vecino que hace la vida imposible a los demás. Parece que en tu casa tienes derecho a hacer lo que te dé la gana sin que haya consecuencias legales».
Todavía recuerda Martín el día en que se le ocurrió quitar el plafón de la luz del vestíbulo para ver qué diantre pasaba con la enorme filtración de agua del techo, que había incluso abierto un boquete de metro y medio. El plafón estaba inundado de orín, la misma sustancia que pringaba la pared en varias plantas. Del respiradero atascado salieron madalenas, papeles, compresas y todo tipo de inmundicias. Martín, que vive en la sexta planta, es de los que tiene que limpiar restos fecales de su balcón y soportar olores continuamente.
«A mí que me paguen los 200 euros que costó levantar ocho mesas de la terraza cuando tiró un montón de tierra negra no me soluciona nada. Solo el día que precinten la puerta podré respirar«, dice Tamara desde la barra de su bar. Nadie espera que María José recurra la condena. Ahora solo falta que los agentes de policía acudan a ejecutar la sentencia judicial.
Fuente: elconfidencial.com
Fuente imagen: elconfidencial.com
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