El Gobierno indicará en junio si la mudanza de canales para dejar espacio al 5G hará necesaria la compra de un nuevo receptor
Todos los canales de la televisión digital terrestre (TDT) están alojados actualmente en frecuencias situadas entre los 470 y los 790 megahercios (MHz) del espectro electromagnético. En ese espacio, cada canal de televisión tiene asignada una frecuencia en la que se emite. Lo mismo ocurre con las cadenas de radio o con la telefonía móvil, en sus respectivas bandas de frecuencias. Cada una, si opera en su espacio asignado (por la Unión Internacional de Telecomunicaciones), no interfiere con las otras. Pero hay un problema: el espacio por el que se mueven las ondas es finito y las redes de telefonía e Internet móvil cada vez son más y ocupan más.
La TDT, en este caso, tiene un problema añadido, y es que la banda ancha y los operadores móviles tienen mucha más fuerza a nivel mundial que la TDT, que en otros países no está tan extendida como en España. Los organismos internacionales, entonces, conceden una prioridad más alta a la telefonía que a la televisión, que entienden que puede ofrecerse por otras vías (cable, satélite, televisión por Internet…), y piden la liberación de ese espacio para el desarrollo de las nuevas redes de movilidad.
Por esa razón el Gobierno acometerá próximamente el llamado segundo dividendo digital, que consiste en apartar a la TDT de la franja comprendida entre los 694 y los 790 MHz para que por ese espacio pueda desplegar sus ondas la tecnología 5G de telefonía móvil. De este modo, se hace necesario acometer un reordenamiento de las frecuencias de televisión para que los canales que emitían en las frecuencias de esa banda que ahora se libera se ciñan al espacio que quedará limitado para la TDT, entre los 470 y los 694 MHz.
No es la primera vez que el espacio para las ondas de televisión se estrecha. En el año 2015 el espectro ya se había reducido con la liberalización de la franja entre los 790 y los 862 MHz para favorecer, entonces, el desarrollo de las redes 4G.
¿Y cómo se hará este reordenamiento? El próximo 18 de junio el Gobierno comunicará a la Unión Europea la hoja de ruta que seguirá para llevar a cabo la adaptación, que debe efectuarse antes del año 2020. Tiene dos maneras de hacerlo. En teoría bastaría con una simple mudanza de canales, comprimiéndolos en ese espacio más estrecho. El problema es que los canales de televisión, al igual que las redes de telefonía, ocupan más conforme más calidad tienen. En concreto, los canales en alta definición (HD) transmiten cuatro veces más información que los de baja definición (SD), y la nueva tecnología, el 4K, transmite cuatro veces más información que el HD. La alternativa técnica es pasar a la VT2, la nueva generación de televisión terrestre, que sí que permita albergar gran cantidad de canales con unos niveles de calidad altos.
Coste para el usuario
En cualquiera de los casos el coste para el usuario está asegurado. Si quiere seguir viendo la televisión, deberá llamar al antenista para que realice el ajuste a las nuevas frecuencias y, después, resintonizar el televisor. En el caso de las comunidades de vecinos, con una antena colectiva, el gasto podrá repartirse por cada vivienda. El problema de esta solución es que, después del cambio, sería difícil asegurar que todos los canales pudieran transmitir con calidades que cada vez son más altas. Por eso se contempla también la posibilidad de que el modelo de adaptación consista en el paso a la segunda generación de TDT. Si finalmente el Gobierno se decanta por esta opción, el 90% de los usuarios tendrán que comprarse un receptor externo nuevo si no quieren ver la pantalla en negro, puesto que la mayoría de los televisores actuales no están preparados para recibir este tipo de señal, solo los más recientes.
El plan que presente el Gobierno también puede ser mixto, es decir, que parte de los canales de la TDT pasen a la segunda generación y otra parte se quede en la generación primera. En este caso, un usuario podría seguir viendo la televisión sin comprarse un nuevo receptor, pero solo tendría acceso a los canales de la primera generación (hasta que se apagaran).
Se resuelva como se resuelva la situación, los 1,7 millones de viviendas de Castilla y León, en su caso, deberán abordar de un modo u otro una nueva antenización de la televisión digital terrestre.
Apagón analógico
Algo parecido pasó en el año 2010, cuando en España se produjo el apagón analógico. Durante unos meses, en los que convivieron ambos sistemas, los usuarios que aún no habían comprado un receptor (con un coste medio, aquellos, de unos 30 euros) podían seguir viendo la televisión, pero esa opción desapareció el día en el que todos los canales dejaron de emitir en analógico. En el primer dividendo digital, el que ya se acometió en el año 2015 y que ya estrechó la franja de la TDT, se efectuó una reasignación de los canales, pero no hubo un cambio de generación de formato de difusión, por lo que no fue necesario que los usuarios adquirieran un receptor nuevo.
El miedo, en este punto, es que en unos años sea necesario acometer un tercer dividendo digital que restrinja aún más el espacio para las frecuencias de televisión terrestre en beneficio de las redes móviles, cuya demanda crece exponencialmente. En este sentido, el año pasado los canales de televisiones vieron garantizado el futuro de la TDT al menos hasta 2030 gracias a una resolución del Parlamento Europeo que priorizaba el uso audiovisual de esa franja de frecuencias comprendida entre los 470 y los 694 MHz, la que se va a ocupar ahora.
¿Y la única solución pasa por la TDT? Sin pagar, sí. Existen alternativas, como el satélite, que no implican la necesidad de una nueva antenización. El problema es que, hoy por hoy, no existen soluciones de este tipo que no sean de pago si lo que se pretende es tener acceso a las principales cadenas nacionales. Y la razón parte de las mismas cadenas.
Si un usuario compra una antena de satélite (parabólica) y la enfoca hacia cierta dirección orbital, puede ver en abierto gran cantidad de canales extranjeros y especializados, pero no podrá ver los canales de la TDT porque los operadores no dan su autorización para que esto suceda. En cambio, sí que podría acceder a ellos si se abona a alguna de las plataformas de pago, que sí que tienen integrados los canales.
¿Por qué, según la modalidad de conexión, los canales son de pago o no lo son? Todo sistema de emisión tiene sus costes técnicos y de mantenimiento. En España, las cadenas de televisión pagan a los operadores de red por la difusión de sus canales por televisión digital terrestre en las zonas llamadas ‘de cobertura oficial’ y, en las zonas con una particular orografía a las que esta no llega, es el Estado y las comunidades autónomas los que complementan el acceso a la televisión.
Zonas sin cobertura
Cuando existía la televisión analógica, en las zonas de difícil acceso la señal se captaba peor y los canales se veían mal, con nieve, aunque se veían. En el mundo digital no tienen lugar estas medias tintas: se ve o no se ve. Con la llegada de la TDT, los usuarios que veían la tele con nieve la dejaron de ver. Lo que el Gobierno ideó entonces fue llevar la cobertura a esas zonas pagando transmisores terrestres con dinero público.
En Castilla y León, el 96% de los habitantes se encuentran bajo la cobertura oficial (zona 1), que corre a cargo de las cadenas de televisión. El 3,5% de la población se encuentra en la llamada zona 2, de cobertura de extensión con dinero público, que se cubre con las más de 500 torres que el Estado paga y la Junta mantiene. Y, por último, hay zonas más recónditas a las que la TDT no llega porque no compensa comprar una torre (que cuesta entre 20.000 y 100.000 euros) si el número de vecinos es poco elevado. Es la denominada zona 3. Para esas personas, la Junta tiene una solución concreta por satélite, para la que concede ayudas de 400 euros a los usuarios del lugar.
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