Alfred Hitchcock rodó una película de intriga con 39 escalones. Imaginen el suspense cuando hablamos de subir 188… a diario.
Desde hace un mes y medio los cuenta Francisco Mourenza, que a sus 89 años sube y baja desde la undécima planta de un edificio de la calle de Ramón y Cajal, en A Coruña, a la espera de que acaben de instalar el elevador. «La verdad es que es para pensárselo, me cuesta mucho», admite. Francisco está bien físicamente y puede asumir el trasiego. Su mujer, no. Se llama Carmen Penín, de 88 años. «Está muy mayor y muy cansada. Por eso nos hemos mudado provisionalmente a un sitio más cómodo, aunque visito mi casa a diario».
Su exilio será temporal; tal vez un mes más, mientras duran las obras del ascensor. Cuando se hizo el inmueble, hace 42 años, el constructor dejó una rampa con 12 escalones entre el nivel de la calle y el ascensor, y ese es el verdadero problema. Ahora que el 40 % de los miembros de la comunidad rebasan los ochenta, se han puesto de acuerdo para hacer obra, bajar el aparato hasta el nivel de la calle y eliminar una barrera que confina a los residentes, que se lo piensan mucho antes de pisar la calle.
Es el caso de Rosalía Barcia, de 87 años. Apoyada en las muletas, se las apaña para descender, «pero cústalle un mundo», explica su marido, Francisco Landeira. «Lévanos unha hora chegar á chocolatería -prosigue-, e a veces está moi mal e non pode saír da casa». Francisco es quien se ocupa de ella. «Está operada dunha perna e agora non vai ben tampouco da outra. Ademais, vaille fallando a memoria. En casa hai que axudarlle con todo». Eso significa darle de comer, bañarla… «O día que falte eu…, non sei».
Para Rosalía, el ascensor hasta la calle será la puerta hacia una nueva dimensión. «Non quero nin pensar as veces que subín e baixei estas 12 escaleiras. Todo vai cambiar agora», valora. Como ocurre a veces con muchos mayores, los dos son reacios a cualquier ayuda. «O médico non ven a casa, imos nós ao centro de saúde, que non queremos molestalo tanto», resume el marido.
La iniciativa del ascensor hay que atribuírsela a la comunidad de propietarios, que se pusieron de acuerdo después de 12 años de tentativas. «Lo que hicimos fue comprar metros a los dueños del sótano y del bajo, en vez de expropiar por vía judicial», explica José Luis Alfaya, uno de los vecinos.
El elevador les costó 100.000 euros, de los que el ayuntamiento subvenciona la mitad. Y gastaron casi 35.000 más en habilitar el espacio para el aparato. «El dinero de los juicios que nos ahorramos se lo dimos a los propietarios del bajo y el sótano», agrega Antonio Lata, otro vecino. Una de esas propietarias es «doña Herminia, dueña de la cafetería Hollywood, aquí al lado. Dio mil facilidades -añade-, y eso que le cayeron los azulejos de la cocina por la obra».
FUENTE: LA VOZ DE GALICIA
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